TEXTOS DE MUESTRAS I6



MUSEO DE LA CIUDAD DE PERGAMINO
Abril 2014


Una sucesión de puntos (uno contra otro) conforman una línea.



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Por Federico Gloriani


Un pedazo de tela cuadrada (a veces bordada) remite inequívocamente a la infancia.  Viviana Debicki no se refiere a cualquier infancia; los motivos, las vestimentas,  los juegos, nos ayudan a pensar en una infancia de otro tiempo, probablemente de un tiempo en que la autora misma fue infante. Chusmeamos o no la fecha de nacimiento de Viviana, pero,  independientemente de si lo hacemos o no, nos damos una idea aproximada de la época.
Un pedazo de tela cuadrada, erosionado vaya uno a saber por cuáles agentes. La erosión modifica, destruye, perfora. Sin embargo las perforaciones en los cuadrados de telas no corresponden tanto a la erosión como a las vainicas del bordado. Reconocer ese bordado nos hace pensar inmediatamente en un pañuelo antes que en un mero cuadrado de tela; en mocos y lavados sucesivos antes que una erosión provocada por el aire o la tierra.  Los motivos, las vestimentas, los juegos, nos ayudan a pensar en una infancia escolarizada, en los juegos de los recreos (casi como intersticios institucionales = fantasía de libertad) y, por ende, en el pañuelo siempre presente en el bolsillo del guardapolvos. Lo infantil y lo lúdico.

Pensando en lo infantil y en lo lúdico se me viene a la cabeza la idea del castillo de arena, como una actividad que puede disfrutar cualquier niño frente al mar porque sin importar cuán grande sea el mar, su castillo siempre podrá ser más grande y más fuerte (por lo menos hasta que suba la marea). Con mi viejo tuve más de una oportunidad de hacer castillos de arena, cuando íbamos a veranear  a la casa de mi tía que vivía cerca del mar.  Pero el caso de Daniela Mastrandea es diferente porque ella vivió (y vive) cerca del mar.  No se trata de un juego de temporada; es su infancia entera. Daniela también juega con arena; pero ella no construye castillos, arma rompecabezas.  Rompecabezas de arena que se arman y se desarman, se despliegan y se organizan en forma de línea. Daniela pasó su infancia frente a la playa, en Pto. Madryn. Por eso, en su obra la arena no sólo remite a la infancia, sino también a la distancia con la actualidad... al paso del tiempo. Cada grano de arena es cubierto por un grano nuevo que cae encima suyo, y sobre ese caerá otro más inmediatamente. La acumulación de granos le sirve al reloj de arena para marcar el tiempo, y para enterrar (enarenar) el pasado.

Lo actual, lo aparentemente inmutable (en aparente equilibrio estático), se entrega sumiso frente a la acumulación sistemática de granos. Incluso algo tan grande y tan fuerte como el mar puede verse sucumbido por el paso del tiempo. Nuevamente la erosión, que modifica, destruye, perfora.
Bajo esa misma lógica se estructuran la mayoría de las idealizaciones que los hombres han hecho del futuro lejano, y quizá El Planeta de los Simios (Schaffner, 1968) sea el ejemplo más gráfico. La arena acumula el presente, con sus momentos pretendidamente imperecederos, y el paso del tiempo ofrece un mundo en el cual la especie humana -tan cocorita como ella sola- no es más que un animal domesticado que puede pasar su vida entera encerrado en una jaula, leyendo el diario como si nada, como si hubiese nacido para ser prisionero y para materializarse en un muñequito de Sergio Bonzón.

Desde hace algunos siglos, el hombre decidió pensarse como una especie diferenciada del resto, y en el momento en que se diferenció planteó una jerarquía. Primero en nombre de Dios y  más tarde en nombre de la Razón y la Ciencia. Esa jerarquía constituyó la excusa perfecta para que las especies puedan domesticarse y amascotarse entre ellas. Como Sergio Bonzón amascota un hombre para ponerlo en algo tan geométrico como un prisma de alambre (sucesión de líneas) y como Patricia Gayone amascota gatos para ponerlos en algo tan geométrico como un círculo de grafito. De cualquier modo, la imperceptibilidad del trazo de grafito confunde hasta tal punto que no se sabe muy bien si esos gatos son dibujos o son gatos.

Desde los estantes mejor amensuládos de los lenguajes visuales, el dibujo se define por la creación de una imagen a partir del uso de la línea. Las líneas que Patricia hace con el grafito son tan imperceptibles que el gato deja de ser dibujo para ser llanamente un gato, una especie doméstica protegida por la geometría del círculo. En cambio la obra de Spiritus dLV se define justamente por lo contrario. La presencia de la línea (ahora sí, evidente) y de la geometría (quizá no del todo regular) plantea una conexión directa con los prismas de alambre y con los círculos de grafito. La línea es protagonista de la imagen, y el aire entre línea y línea convoca al espectador como co-protagonista, reforzando la línea imaginaria que se establece entre sus ojos y la obra.

La línea también se hace presente en las fotos de Amelia Herrero, como una secuencia de letras que intervienen y dan sentido a la imagen. Las letras como puntos, la línea como secuencia de puntos. La línea, como palabra, interviene y da sentido a la imagen. Al dar sentido, la línea aparece no sólo como un elemento visual sino también como idea, como elemento conceptual. Una línea es una sucesión de puntos. En este caso, seis puntos (uno contra otro) aprovechan la línea como elemento visual para generar una línea conceptual entre ellos.

Federico Gloriani